"En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.
Tenía una puerta redonda, perfecta como un ojo de buey, pintada de verde, con una manilla de bronce dorada y brillante, justo en el medio"
Así comienza "El hobbit" de J.R.R. Tolkien, uno de esos libros que leía de pequeña, bajo las sábanas, a la luz de una linterna, para que mi madre no viera claridad debajo de la puerta y me dijera que ya era hora de dormir. Una aventura increíble, en la que siempre estoy dispuesta a volver a sumergirme. Cualquier día pintaré mi puerta de verde y haré que fumo una pipa mientras espero que una docena de enanos me inviten a correr aventuras.
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