
Después de unas semanas en las que no he parado de hace búhos de todos los colores y tamaños (todavía me falta alguno que otro por enseñaros), he empezado a coser un pingüino tras otro, casi sin darme cuenta.

Es que algo tienen estos pajaritos que no pueden volar y que parecen algo bobalicones en tierra, pero que, en el agua, se transforman en auténticos torpedos que me hacen sonreír.

Y así, colgando en una guirnalda, prendido en mi chaqueta o adornado mi estantería, poco a poco voy trayendo el sur a mi hogar.

Bien pensado, si no fuera por el frío no estaría nada mal convertirse en un pingüino, siempre rodeado de todos tus familiares y amigos, nadando a diario y comiendo sushi.
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