Hace ya unos cuantos años, un amigo me regaló una máquina de coser. Nunca me había planteado hacerme con una, aunque llevara un tiempo cosiendo casi a diario.
Mi fotógrafo guardaba en un armario una máquina de coser preciosa, llena de arabescos dorados, que había pertenecido a su bisabuela y que se guardaba en una caja de madera lacada. Para accionar la máquina, había que hacer girar con la mano una especie de rueda situada en uno de sus laterales . La única vez que intenté aprender a usarla el desastre se olía en el aire. Lo reconozco: la coordinación no es uno de mis fuertes. Así que, mientras intentaba mantener controlada la tela, procuraba que no se enredara el hilo y le daba vueltas al volante, por una fracción de segundo perdí de vista la aguja... mejor no os cuento el resultado.